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giovedì 17 marzo 2011

De cómo defender la verdad entre tanques y fusiles. I parte

La figura del corresponsal de guerra tiene el dudoso privilegio de ser una de las más controvertidas del mundo del periodismo. Valientes, kamikazes o meros partidistas, un sector de la población denuncia que la postura de estos informadores se haya normalmente vinculada con aquella defendida por los poderes políticos de las principales potencias mundiales; sin embargo, en ningún momento debemos desacreditar la profesionalidad de dichos enviados quienes, conviene recordar, el desempeño de su trabajo les ocasiona en multitud ocasiones la pérdida del bien más preciado que es la vida.

Para comenzar, rememoremos la historia de la crónica bélica. Ya en el s.V a.C Jenofonte, soldado mercenario a las órdenes del príncipe persa Ciro el Joven, tomaría nota de todo cuanto acontecía en las largas jornadas de la Expedición de los Diez Mil contra Artajerjes II, en lo que se considera uno de los más espléndidos reportajes de guerra de la historia, la Anábasis. Del lado romano, De Bello Gallico se habría ganado ya en su época un puesto privilegiado entre las obras históricas de Occidente; no obstante, los comentarios del polifacético Julio César sorprenden, todavía hoy, al lector del s.XXI por su elegancia, simpleza y afán docente, bases del periodismo actual. Siglos más tarde, la invención del telégrafo eléctrico favoreció la aparición del reporterismo propiamente dicho -Russell se convirtió en el primero en cubrir un conflicto como fue la guerra de Crimea para el The Times londinense- Con ello, el periodismo de guerra pasó a convertirse en un producto para los dirigentes de los medios de comunicación, quienes pretendían exagerar las victorias y moderar los reveses del ejército en un afán puramente propagandístico.

El corresponsal de guerra debe saber permanecer al margen de lo expuesto al final del párrafo anterior. Jonathan Steele, periodista del The Guardian, así lo promulgó en el seno del seminario “El periodismo y los conflictos armados” En su conferencia, Steele analiza la estrecha relación entre la práctica profesional del informador, el conflicto bélico y la política. Su discurso se convirtió en uno de los mejores testimonios acerca de la ética del periodismo de guerra. Como bien dijo el británico “si la guerra está manchada de tintes políticos, informar sobre la guerra es ser un corresponsal político en otro contexto” ¿Será precisamente ésto lo que motive el rechazo del informador por parte de un sector de la sociedad? Tal vez. El estratega alemán von Clausewitz declaró en su momento que la guerra es la prolongación de la política por otros medios. Por consiguiente, la guerra, al igual que la política, nace de la mano del hombre: no estamos ante una tragedia tal como el Tsunami de Indonesia o el Katrina de Nueva Orleans donde la única responsable no sería otra que la Madre Naturaleza, sino que en este caso concreto, un grupo de jefes políticos han decidido sentirse cuales Dioses del Olimpo y jugar con la vida de millones de nombres, de rostros, de personas. Ante tal desastre antinatural -por llamarlo de alguna manera- el corresponsal de guerra debe informar no sólo del transcurso de la guerra o del último avance de las potencias beligerantes, sino -y ésto puede que sea lo más difícil- que debe explicar también el porqué de la guerra: ¿Quién ha provocado el estallido del conflicto? ¿Qué motivos tenía el Gobierno de dicho país para declarar la guerra? ¿Qué puede suceder a escala internacional?

…Continuará…

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